jueves, 19 de agosto de 2010

EL REGRESO

LO NUESTRO. Todos los regresos son controversiales. Más cuando una ausencia de casi 40 años es producto del autodestierro. El exilio voluntario de la tierra natal tiene muchas causales. En mi caso fue la búsqueda de nuevos horizontes.
He regresado a Tapachula por mis padres, a compartir el último tramo de nuestras existencias juntos. Es un privilegio que pocos podemos darnos.
Veo con tristeza que mi pueblo sigue padeciendo los mismos defectos de cuando lo abandoné: políticos corruptos, mentalidad aldeana de la mayoría de las personas del poder económico y de los fácticos, miseria espiritual de la mayoría capitaneada por los príncipes de las iglesias de todas las denominaciones. A esto se ha agregado, en las últimas cuatro décadas la explosión demográfica tanto local como la generada por la inmigración centroamericana, sin que aporte, como ocurre en Estados Unidos con la mexicana, algo positivo.
La ciudad, el municipio en su totalidad, sigue inmerso en la incivilidad, aquí el supuesto avance democrático de México no significa nada. La ciudad es un rancho grande. No se cuenta con un sistema de drenaje que incluya el tratamiento de aguas negras, ni siquiera se imagina la recuperación de las aguas pluviales para los meses de “vacas flacas”; el equilibrio ecológico y medidas ambientales precautorias ni siquiera figuran en el papel de la demagogia oficial. Los otrora bellos y caudalosos ríos que rodeaban Tapachula son drenajes malolientes.
La gran cantidad de jóvenes que egresan de las universidades de la región salen a encontrarse de lleno con el desempleo o subocupaciones frustrantes. La industria, la agricultura y la ganadería, son prácticamente inexistentes. Aquello que pregonara como divisa de gobierno Juan Sabines Guerreo, nunca se llevó a cabo. El sabinismo que tanto quisimos los chiapanecos de mi generación y anteriores, gracias al trabajo político de don Juan y al arte de su hermano Jaime, hoy es aborrecido.
En fin, el regreso, de algún modo, y sin ambiciones desmesuradas, sino legítimas, implica compromiso con el terruño. Queremos aportar nuestra experiencia acumulada, nuestros buenos sentimientos, el amor a mis padres, y desde luego, a mis hijos.
LO AJENO. Conocer de cerca la desgracia que asuela a los pueblos hermanos de Centroamérica destiempla los nervios más acerados. El poder del imperio estadounidense ha logrado hacer de esos hombres y mujeres una especie de zombies, que sólo se desplazan por instinto de sobreviencia, como hienas que caen sobre la carroña para lograr llegar al día siguiente con vida. México ya no es la esperanza ni el camino al “american dream”, ahora es la presa, la víctima que hay que aprovechar mientras se encuentra sumida en una dizque guerra contra un narcoterrorismo impulsado desde las altas esferas del poder estadounidense y del mexicano. Espero que este escenario empiece a cambiar a partir del 2012, sean quien llegue a Los Pinos.