martes, 3 de diciembre de 2013

EL MAC DE MIS RECUERDOS

El sábado 30 de noviembre de 2013 será un día imperecedero en mi memoria. Viví dos momentos notables aunque antagónicos, pero íntimamente ligados, sobre todo porque los protagonistas fueron dos entrañables amigos míos.
El primero fue el sobradamente merecido homenaje a Marco Aurelio Carballo (El MAC) que Tapachula le ofreció a uno de sus hijos más preciados, en el teatro al aire libre del parque central Miguel Hidalgo. El segundo, el fallecimiento de la madre de los hijos de Gustavo Gonzalí Mayoral (El Gusguz, como lo denominó El MAC), pareja que logró una sólida unión familiar, admirable desde cualquier ángulo que se le vea.
No cabe duda que la realidad supera cualquier ficción. Conocí al Gusguz por “culpa” del MAC. ¿Cómo ocurrió? Se los contaré a vuela pluma.
Cuando emigré de Tapachula luego de infectarme del olor a tinta del periodismo en este Diario del Sur, llegué a la ciudad de México en busca de mejores horizontes laborales. A lo más tenía 24 años de edad y, con la audacia que da la ignorancia, el primer lugar al que acudí a buscar una chambita, aunque fuera de barrendero fue a la revista Siempre!, del maestro José Pagés Llergo. Desde luego que me mandó a la chingada. O sea, fui a parar al diario Novedades de corrector de estilo.
Pasaron los años, no muchos. Inquieto que era, “metido” dijéramos aquí, cayó en mis manos una revista cultural de la Universidad de Guanajuato (¿o era de Aguascalientes, mi querido MAC?), donde leí un cuento breve pero muy largo intitulado Aquellas boinas negras, firmado por un tal Marco Aurelio Carballo, originario de Tapachula. Si en aquella época yo hubiese sido lector de Excélsior, habría sabido que era uno de los reporteros de ese diario. En fin, el caso es que el cuento me cautivó y me propuse seguirle la pista a ese escritor y paisano.
Siguieron pasando los años (jejeje). A inicios de los años ochentas del siglo pasado, ya con una formación más o menos regular, llego a trabajar al diario Unomásuno, de Manuel Becerra Acosta, invitado por Roberto Vallarino, a la sazón editor de la sección cultural de ese periódico a quien conocí, ¿saben cómo?, pues en una juerga de alcohol, mujeres y música.
 Al llegar me enteró que El MAC acaba de pelearse con Becerra Acosta y ya no trabajaba allí. “Puta madre, no logré conocer a mi paisano”, le comenté a Vallarino. “Pendejo –me dijo-, perdiste la oportunidad de empedarte a lo cabrón con él, parece que ya no quiere trabajar en los periódicos, dizque va a ser escritor de tiempo completo, más bien creo que es güevón.”
Otra vez más años. Ojeando una vez la revista Siempre! (la universidad de periodismo para quienes no fuimos a la escuela), descubro que es el cabrón secretario de redacción de la misma y sin pensarlo (otra vez, audacia igual a ignorancia), lo voy a buscar, me recibe, le pido chamba, me mira de arriba abajo y también me manda a la chingada, aunque con elegancia: “No hay vacantes”.
En el inter, regreso a Tapachula y estoy una breve temporada haciendo la Voz de la Costa, bajo la dirección del buen amigo Manuel Quinto González, y es quien me presenta al MAC, y que para entonces yo lo mando a la chingada con un frío “hola”, de cuyo encuentro Carballo tiene una sabrosa Turbocrónica.
Más años. Mi amigo (qepd) Manuel Blanco, en una borrachera (jejeje) me comenta que un cabrón chiapaneco es el mero chingón de El Nacional, dirigido por Enriqueta Cabrera. ¿Quién?, pregunté, pues Marco Aurelio, me contesta. Puta madre, dije. Ahí voy de nuevo. Me vuelve a mandar a la chingada: “Estamos en liquidación, paisano.”    
Al poco tiempo llegó a Excélsior, apadrinado por don Antonio Gutiérrez, el Zeus de los correctores de estilo. Me especializo en traducciones: inglés, francés, portugués e italiano (pero en pies de fotos, jejeje). Para entonces ya publicaba textos en el suplemento cultural a cargo de “el canalla” (así lo calificó el maestro Rafael Cardona) René Avilés Fabila.
Hasta entonces, El MAC distingue la hoja del bosque, cuando un amigo común, don Alfonso Morales Calvo, editor de la revista México (después llamada Chiapas-México, de la cual yo era el redactor), me pide que entreviste a Carballo para la sección de cultura. En ese entonces, Carballo ya era escritor de tiempo completo y el periodismo estaba sepultado. Ambos acuerdan la cita en la cafetería-librería El Parnaso, de Coyoacán. Allá voy. Otra Turbocrónica de ese encuentro.
La entrevista dura más de una hora. La transcribo, me pulo, quiero impresionar a quien me ha mandado a la chingada en repetidas ocasiones, total, tengo todo un medio a mi disposición. Termino. Son 15 cuartillas. De las de antes. Se las leo a mis hijos. “¿Es cierto todo lo que dices de él?”, me cuestionan. Me quedo corto, les respondo encabronado.
Entrego mi entrevista a don Alfonso. “Puta madre, Oscarito, perdóname.”
-¿Qué pasa, mi querido Marqués de Cintalapa?
-Ya no tengo espacio, vendí todas las planas.
-¿Hasta las de cultura?
-Pues sí. Pero no te preocupes, tengo la segunda de forros libre, hazme una síntesis, total, la cultura nadie la lee.
Sí, es cierto lo que piensan. Le menté la madre a mi querido Marqués. Pero no podía quedar mal con El MAC. Entonces hice acopio de mi trabajo de “hueso”. Sinteticé todo en una plana. Cuando la lee Carballo, ya publicada la entrevista, sólo me dice: “Maestro, qué capacidad de síntesis.” Hasta hoy no sé si fue una mentada de madre o un elogio. Sólo él lo sabe.
Después, el cabrón se mete a editor. Publica Marimba, nos pide textos a quienes cree que son dignos que aparecer bajo su batuta. Honda satisfacción, pero fracaso financiero. “No soy empresario”, reconoce.
En este punto conozco a Gonzalí. No en persona. Eso fue después. El Gusguz era su alumno en los talleres que impartía El MAC, patrocinado por el Consejo Estatal de la Cultura y las Artes (Coneculta). Se hacen amigos no por la literatura sino por las pedas que se ponían en La Mesa Redonda, de nuestro amigo Paco Solares.
En una de mis visitas a Tapachula busco a Gonzalí, conectado por Carballo. ¿Qué pasó con Marimba?, cuestiono. Pues quebró, responde. Y ¿ahora, qué? Nada, pero quiero hacer algo que valga la pena, responde. Bien, luego de un cartón de chelas en La Mesa Redonda, convenimos en que edite otra versión de Marimba. Su nombre: Mesa Redonda (jejeje), en teoría la iba a patrocinar el buen Solares. Sólo fue teoría.
Y el Gusguz se lanza. Un éxito, en todos los sentidos. Al año, su salud lo traiciona. Pinche tabaquismo. Hace ya tres años regresé de la ciudad de México. “¿Qué pasó, cabrón?”
-Estoy jodido, pero con ganas de recuperar lo perdido –responde.
-Estás haciendo un suplemento semanal en el Diario del Sur, llamado Raíces.
-Sí, pero es ad honorem.
-Pues recupera a tus clientes de Mesa Redonda y haz Raíces, la revista.
Y sí. Aquí estamos.
Así es el periodismo cultural.
En este homenaje a MAC, organizado por el escritor Oscar Palacios (¿quién más podría ser?, hoy funcionario de Coneculta), no hubo ni un ventilador que alejara los mosquitos y el calor a los invitados, los distinguidos periodistas Guillermo Ibarra y Rafael Cardona, ni al propio Carballo, quebrantado en salud, de parte del sector cultural tapachulteco. No obstante, Tapachula agradece la presencia de estas tres grandes personalidades de la cultura nacional.

PD: Un reconocimiento muy especial a Patricia Zama e hijos, por tolerar nuestras borracheras con El MAC.