miércoles, 12 de febrero de 2014

KAMINALJUYÚ EN EL CORAZÓN DE NUESTRA IDENTIDAD MESOAMERICANA

Museo de sitio de Miraflores, Ciudad de Guatemala, 2014

“Lo primero que tenemos dejar de lado es nuestro concepto actual de las fronteras, a fin de entender las relaciones que sostuvieron los diferentes pueblos de Mesoamérica con la cultura maya”, expresó de modo rotundo la arqueóloga Liwy Grazioso, maestra e investigadora del museo de sitio Miraflores, al grupo de periodistas que visitábamos el pasado día siete de febrero de 2014 la Nueva Guatemala de Nuestra Señora de la Asunción, más conocida como Ciudad Capital.
El grupo estaba frente a un gigantesco mapa, en la entrada de la primera sala del museo, donde se aprecia claramente el territorio que ocupó el Imperio Maya, que abarcó toda la península de Yucatán, parte de el actual Tabasco, Chiapas una franja de lo que hoy conocemos como Honduras y El Salvador, donde destacan las principales ciudades mayas que hoy son patrimonio de la humanidad.
Kaminaljuyú, o bien Kaminal Juyu o Kaminaljuyu, palabra o palabras quiché que significan Colina del Muerto, destaca en el altiplano centroamericano. La maestra Grazioso, explica:
“Este lugar se funda alrededor del año 1100 antes de nuestra era, en el preclásico maya, alrededor de una hermosa laguna que había en este sitio, cuya representación podemos apreciar en el vestíbulo del museo.
“Cualquier similitud con la fundación de Tenochtitlán es mera coincidencia –apunta sonriendo la arqueóloga-, pero de igual modo en este altiplano se construyen canales para irrigar las fértiles tierras que rodeaban lo que en algún tiempo fue la laguna de Miraflores, lo cual provoca una explosión de progreso en todas las áreas: agricultura, alfarería, comercio, artesanos de obsidiana, telares y todo lo que implicaba la cultura maya”, expone la maestra Liwy.
“Hacia los años 700-900 alcanza su esplendor. Grandes monumentos de basalto, plazas y pirámides enormes para las ceremonias y cultos proliferan en todo el altiplano convirtiendo a Kaminaljuyú en el más importante centro político y comercial de la región. La explosión demográfica es impresionante, pues las aldeas se suceden unas tras otras. Su lengua original era el Chol, pero con los siglos, al entrar en decadencia se impone el quiché.
“Los soberanos de esta metrópoli dieron gran impulso a la ingeniería hidráulica, desarrollando técnicas hasta hoy utilizadas, como son los acarreos por gravedad, canales con presas y represas para controlar el suministro del líquido”, explica la arqueóloga Graziosa. La laguna se convierte en el epicentro, pues además de pesca y caza, se construyen espacios destinados a fines recreativos para los grandes señores.
La incontenible mancha urbana de la Ciudad de Guatemala, su impresionante modernidad, sólo ha respetado una pirámide en torno a la cual se construyó el bello museo de Miraflores, el cual recorremos absortos con las explicaciones de nuestra guía. Frente a unos paneles giratorios, la arqueóloga muestra cómo se fue transformando el sitio prehispánico donde nos encontramos durante sus diferentes etapas y los compara con las transformaciones ocurridas en otras culturas, como la griega, la inca o la azteca.
Los hallazgos de cerámica, escultura, arquitectura e ingeniería confirman  la gran relevancia que tuvo Kaminaljuyú, además de ser un importante productor y exportador de obsidiana, debido a la explotación de varias canteras cercanas como El Chayal e Ixtepeque. Se cree que también pudo haber intercambio con los incas a través de los puertos como el de Chocolá, en Suchitepéquez, y Takalik Abaj, en Retalhuleu, en el océano Pacífico, pero esto aún no se confirma totalmente.
Para el siglo II de nuestra era, Kaminaljuyú comenzó declinar, explica la arqueóloga, pues la laguna ya no fue suficiente para sostener la economía de la región.
Además, hay que tener en cuenta que el posclásico maya, que va de los años 1000 a 1600 de nuestra era, se distingue por las corrientes migratorias de los putunes, o sea, el mestizaje producto de la relación nahua-maya y que viene a sustituir el esplendor que había caracterizado al imperio maya.
Mención especial requiere la producción de cerámica, cuya alfarería dominó diferentes técnicas y acusó la influencia teotihuacana, pero se cree que sólo se tomaron algunos modelos del centro de México para desarrollar sus propias técnicas.
El altiplano guatemalteco, similar al de Anáhuac (maqueta).

Presencia de extranjeros
De acuerdo con investigaciones osteológicas de los Montículos A y B por medio de isótopos de oxigeno, en Kimaljuyú no fue abundante la presencia de teotihuacanos, sino que más bien eran viajeros del altiplano centroamericano que habían pasado algunos años en aquel imperio, de acuerdo con la investigadora Christine White. Con ese mismo método, se comprobó la presencia en algunos entierros de varias personas no locales de procedentes de lugares aún desconocidos.
Este señalamiento lo realiza Geoffrey E. Braswell en “Un acercamiento a la interacción entre Kaminaljuyu y el Centro de México durante el Clásico Temprano”, durante el XIII Simposio de Investigaciones Arqueológicas en Guatemala, en 1999, donde también pone en duda la influencia teotihuacana en la arquitectura, culto mortuorio y alfarería de los kaminaljuyuenses.
 Pero lo verdaderamente valioso para quienes nacimos, vivimos y nos desarrollamos en esta región mesoamericana, principalmente en Soconusco, es saber que tenemos una raíz común, una cultura propia basada en nuestros antepasados mayas y que étnica y culturalmente somos más centroamericanos que cualquier otra denominación.
La dificultad para aceptar esta verdad, estriba, como bien lo apunta la arquéologa Liwy Grazioso, en superar los conceptos de frontera que la modernidad nos impone debido a decisiones políticas que obedecen más a razones militares y económicas que humanísticas.

Nuestro ombligo está en Izapa y es a partir de allí que debemos empezar a unificarnos en Soconusco, para que, ahora como buenos mexicanos, exijamos a nuestro Estado que ponga el interés debido en el rescate de esa zona arqueológica y crear un museo como el de Miraflores en Guatemala-capital, porque no se trata sólo de limpiar ruinas, sino de descubrir nuestro verdadero rostro frente a la historia de la humanidad.