jueves, 15 de noviembre de 2012

Digresiones sobre el amor y otras mitologías


                                                                                No, no existe el amor, es tan sólo una fábula…
Éxito de César Costa
 de los años 60.

Comenzar con una pregunta no es siempre correcto, pero las circunstancias lo ameritan luego de transcurrida la  primera década de este siglo XXI: ¿Por qué los medios de comunicación masivos (radio, televisión, prensa impresa o digital), dan espacio preferente a los temas llamados “del corazón”,  donde imponen criterios de lo que debe o debería ser el “amor” que venden.
Los ejemplos palmarios son las  telenovelas, las comedias rancheras, las películas rosas (nacionales o extranjeras), la música y canciones, además de la radio comercial orientada a explotar la sensiblería.
Conviene recordar que el concepto entendido en la actualidad como “amor”, es un invento reciente en la historia de la Humanidad, al que algunos estudiosos lo ubican a fines de la Edad Media o principios del Renacimiento, y lo denominan amor cortesano, del cual hay evidencias desde finales del Imperio Romano (400-480).
Nos referimos exclusivamente a Occidente, pues en Oriente la idea sobre lo amoroso tiene otra historia. Nada es de generación espontánea. Del tema, ya los clásicos griegos, Platón entre ellos, hacían bella retórica.
De acuerdo con el filósofo y catedrático de la UNAM, Edgar Morales Flores sobre los orígenes del concepto moderno de “amor”, los explica de este modo:
“El problema de las definiciones en filosofía no es que se carezca de ellas, es que nos enfrentamos a la abundancia de las mismas; esto mismo se aplica al concepto de amor, hay casi tantas definiciones del mismo como filósofos han existido. Sin embargo, yo diría que, en este caso, se pueden reducir a dos principales núcleos semánticos: Eros y Ágape.”
Apunta que el mito es válido para la filosofía occidental, por alimentarse históricamente de dos fuentes culturales básicas: el  pensamiento clásico grecolatino y la matriz judeocristiana.
Las principales discusiones de los griegos alrededor del amor –dice Morales– se centraron en el tema erótico, es decir, en los afectos que partían del impulso hacia los cuerpos bellos, un impulso natural, y lo llevaban al ámbito de lo divino.
De dónde viene
Desde el Australopithecus (hace aproximadamente cuatro millones de años) hasta la aparición del Homo sapiens (entre 40 mil a 50 mil años antes de nuestra Era) la preservación de la especie se rigió mediante la ley de la manada: el macho alfa ejercía su derecho de pernada con las hembras del clan.
Luego, con el desarrollo de la vida sedentaria y la aparición de la agricultura, la invención del matrimonio tuvo razones estrictamente económicas y de alianzas guerreras. Lo que ahora entendemos como “sentimiento platónico” no tenía cabida en la idiosincrasia de aquellas sociedades.
La maestra Ikram Antaki (1948-2000), en la serie de temas que publicó bajo el título de El banquete de Platón, reproduce lo que consigna  este filósofo griego sobre el tema en palabras de Aristófanes:
La naturaleza humana era antaño muy diferente de lo que es hoy. Primero, no había dos sexos, masculino y femenino, sino tres; el tercero participando de los otros dos. No tiene nombre hoy porque ha desaparecido, pero entonces era el andrógino… Zeus dijo: voy a dividir en dos a cada uno. Zeus procede a la división. Cada uno de nosotros sólo es una fracción de un ser humano; de uno solo se hicieron dos y cada uno no cesa de buscar su fracción complementaria. Todos aquellos que tienen una parte del ser mixto que se llamaba andrógino, aman a las mujeres si son hombres y a los hombres si son mujeres. Las mujeres que son parte de las mujeres primitivas no gustan de los hombres y los hombres que son parte del macho primitivo persiguen a los hombres.  
Morales, por su parte, acota: “Así tenemos, por ejemplo, a Platón, para quien el amor es el producto de una tensión entre la abundancia y la necesidad, de ahí su plenitud pero también su carencia: el amor es análogo al deseo que busca completar su satisfacción, pero cuya dinámica existencial es terriblemente agotadora por el proceso de búsqueda que supone”.
Pero el uso que hace Platón de las palabras “amor” y “alma” en su Banquete, es sospechoso, para no calificarlo de tendencioso.
“Por otro lado, la noción cristiana de ágape refiere más bien al ámbito de la gracia divina, su modelo es la plenitud y perfección del amor de Dios hacia los hombres, amor inmerecido que se otorga sin condiciones a quien incluso lo desprecia, el patetismo propio de esta noción cristiana tiene su precisa iconografía en la crucifixión del hijo de Dios, sangrando por su insensato amor a los hombres. Estas son las dos fuentes que rigen las principales acepciones del amor en Occidente, la noción ascendente de Eros, demasiado humana, estética y extática, y la noción de Ágape, divina, perfecta, compasiva y ética”, precisa Morales.
Se podría considerar que esta es la raíz para manipular la idea original del amor: un deseo que busca su satisfacción y en ella imprime sus huellas existenciales, dolorosas o placenteras. Un invento terrible, pero eficaz, como los dragones.
Amor es…
¿A qué se debe que un reducido grupo de poder nos quiera adoctrinar de manera particular sobre la orientación de los sentimientos básicos de nuestra especie?
Los antecedentes podemos rastrearlos desde el Concilio de Elvira (entre 314-324), cuando se dictan 81 cánones, todos disciplinarios,  para “restaurar” los principios del catolicismo. Entre los temas destacan los relativos al celibato del clero, la institución de las vírgenes consagradas, referencias al uso de imágenes, a las relaciones con paganos, judíos y herejes, reglas sobre el matrimonio, bautismo, ayuno, excomunión, enterramiento, usura, vigilias o cumplimiento de la obligación de asistir a misa. Todo ello apenas transcurridos pocos años del Edicto de Milán, firmado por los emperadores romanos Constantino I y Licinio (Occidente y Oriente, respectivamente), en el que toleran a la secta cristiana.
Poco después, en 325, en Nicea, Constantino da estatuto de legitimidad a la Iglesia Cristiana, y ya en el lecho de muerte acepta ser bautizado. Desde antes que Constantino se aliara con los cristianos para fortalecer su imperio ya decadente, la Iglesia Católica inició la imposición, por todos los medios, de lo que ellos consideraban “moral”.
En todos esos siglos nunca se mencionó la palabra amor para referirse a las relaciones sexuales, sino a una sencilla satisfacción de los deseos placenteros. No era elemento a considerar para la realización de matrimonios, alianzas o concubinatos, puesto que el origen de éstos era estrictamente económico, reproductivo y de acumulación de poder, ya fuera bélico, político o eclesiástico.
La conducta de los antiguos jerarcas no parece diferir de la de los actuales, controladores además de los grandes medios de comunicación. Con los avances tecnológicos de nuestra época, los grupos de poder económico, político y eclesiásticos, continúan diciéndonos cómo debemos nacer, amar, formar familia, sufrir, gozar y morir.
Sin embargo, algo se les escapa de control. ¿Se debe acaso a lo que algunos llaman “condición humana”, para hacer referencia a la rebeldía y la curiosidad?
Ni siquiera Platón parece llegar a un acuerdo definitivo en lo tocante a las implicaciones existenciales de “lo erótico”, por ejemplo, en el Banquete defiende la autosatisfacción socrática, capaz de desprenderse de toda afección que pudiera desfigurar la belleza del alma. En cambio en otro de sus diálogos (Fedro), defiende la noción del rapto erótico que implica una serie de desfiguros patéticos para “el alma”: desasosiego, dolor, locura.
Mala fe o subversión 
Es cierto que, en la actualidad, es raro que alguien plantee la pregunta de por qué debemos aceptar un modelo de vida con menos de dos mil años de vigencia, contra los más de 40 mil de constante desarrollo de las civilizaciones de la Humanidad. Todo imperio tiene ciclos, quizá el del Cristianismo, en todas sus modalidades, comienza a entrar en decadencia.
La paradoja aparece cuando los grupos hegemónicos y oligárquicos, hacen suyas las estrategias vaticanas para implantar los arquetipos, en sus medios masivos, de lo que debe ser el amor, sus diferentes manifestaciones, y quiénes merecen gozarlo o sufrirlo. El asunto parece nimio, pero en realidad es la base de la educación de una sociedad, en este caso de consumo y desperdicio, lo cual sólo favorece a un sector, el que está en la punta de la pirámide social.
Buscar la respuesta a preguntas específicas sobre la programación y contenidos de las televisoras, de las películas, de los programas de radio y de los espectáculos, que se centran en las banalidades del sentimentalismo, deja expuestos los motivos manipuladores de esos corporativos y sus alianzas político-religiosas. Promover la subcultura del narco, por ejemplo, mediante bandas gruperas y vestimenta a tono, mientras se desgarran las vestiduras en los noticieros por la violencia que genera ese sector económico, resulta hipócrita.
Esto ha llevado a lo que los especialistas llaman ahora “desintegración del tejido social”, que en países como México tiene repercusiones profundas. Desde otra perspectiva, dada la decadencia cultural de Occidente, esa desintegración no es otra cosa que regresar a los orígenes: la formación de clanes, tribus, comunidades aisladas, sectas de todo tipo, para satisfacer el instinto natural del hombre, el de la protección de la manada, la satisfacción de sus deseos básicos y la del rechazo a lo diferente. Subvertir el orden impuesto es la reacción.
El amor, el alma y el espíritu, conceptos encapsulados en el corazón, son tan insustanciales como, cielo, infierno y purgatorio, pero inciden en el centro de las emociones.
La manipulación de ideas indemostrables sólo es posible ante la ignorancia de los muchos y el conocimiento de pocos. Por ello no debe extrañar que los grupos del poder impidan una educación integral, frenen la buena lectura e impulsen aquella sólo para identificar marcas de productos, además de evitar la educación emocional, la cual da elementos para enfrentar agresiones de este tipo.

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