No,
no existe el amor, es tan sólo una fábula…
Éxito de César Costa
de los años 60.
Comenzar con una
pregunta no es siempre correcto, pero las circunstancias lo ameritan luego de
transcurrida la primera década de este
siglo XXI: ¿Por qué los medios de comunicación masivos (radio, televisión, prensa
impresa o digital), dan espacio preferente a los temas llamados “del corazón”, donde imponen criterios de lo que debe o
debería ser el “amor” que venden.
Los ejemplos
palmarios son las telenovelas, las
comedias rancheras, las películas rosas (nacionales o extranjeras), la música y
canciones, además de la radio comercial orientada a explotar la sensiblería.
Conviene
recordar que el concepto entendido en la actualidad como “amor”, es un invento
reciente en la historia de la Humanidad, al que algunos estudiosos lo ubican a
fines de la Edad Media o principios del Renacimiento, y lo denominan amor
cortesano, del cual hay evidencias desde finales del Imperio Romano
(400-480).
Nos
referimos exclusivamente a Occidente, pues en Oriente la idea sobre lo amoroso tiene
otra historia. Nada es de generación espontánea. Del tema, ya los clásicos
griegos, Platón entre ellos, hacían bella retórica.
De
acuerdo con el filósofo y catedrático de la UNAM, Edgar Morales Flores sobre
los orígenes del concepto moderno de “amor”, los explica de este modo:
“El
problema de las definiciones en filosofía no es que se carezca de ellas, es que
nos enfrentamos a la abundancia de las mismas; esto mismo se aplica al concepto
de amor, hay casi tantas definiciones del mismo como filósofos han existido. Sin
embargo, yo diría que, en este caso, se pueden reducir a dos principales
núcleos semánticos: Eros y Ágape.”
Apunta
que el mito es válido para la filosofía occidental, por alimentarse históricamente
de dos fuentes culturales básicas: el pensamiento clásico grecolatino y la matriz
judeocristiana.
Las
principales discusiones de los griegos alrededor del amor –dice Morales– se
centraron en el tema erótico, es
decir, en los afectos que partían del impulso hacia los cuerpos bellos, un
impulso natural, y lo llevaban al ámbito de lo divino.
De dónde viene
Desde
el Australopithecus (hace aproximadamente
cuatro millones de años) hasta la aparición del Homo sapiens (entre 40 mil a 50 mil años antes de nuestra Era) la
preservación de la especie se rigió mediante la ley de la manada: el macho alfa
ejercía su derecho de pernada con las hembras del clan.
Luego,
con el desarrollo de la vida sedentaria y la aparición de la agricultura, la
invención del matrimonio tuvo razones estrictamente económicas y de alianzas
guerreras. Lo que ahora entendemos como “sentimiento platónico” no tenía cabida
en la idiosincrasia de aquellas sociedades.
La
maestra Ikram Antaki (1948-2000), en la serie de temas que publicó bajo el
título de El banquete de Platón,
reproduce lo que consigna este filósofo
griego sobre el tema en palabras de Aristófanes:
La naturaleza humana
era antaño muy diferente de lo que es hoy. Primero, no había dos sexos,
masculino y femenino, sino tres; el tercero participando de los otros dos. No
tiene nombre hoy porque ha desaparecido, pero entonces era el andrógino… Zeus
dijo: voy a dividir en dos a cada uno. Zeus procede a la división. Cada uno de
nosotros sólo es una fracción de un ser humano; de uno solo se hicieron dos y
cada uno no cesa de buscar su fracción complementaria. Todos aquellos que
tienen una parte del ser mixto que se llamaba andrógino, aman a las mujeres si
son hombres y a los hombres si son mujeres. Las mujeres que son parte de las
mujeres primitivas no gustan de los hombres y los hombres que son parte del
macho primitivo persiguen a los hombres.
Morales,
por su parte, acota: “Así tenemos, por ejemplo, a Platón, para quien el amor es
el producto de una tensión entre la abundancia y la necesidad, de ahí su
plenitud pero también su carencia: el amor es análogo al deseo que busca
completar su satisfacción, pero cuya dinámica existencial es terriblemente
agotadora por el proceso de búsqueda que supone”.
Pero el
uso que hace Platón de las palabras “amor” y “alma” en su Banquete, es sospechoso, para no calificarlo de tendencioso.
“Por
otro lado, la noción cristiana de ágape
refiere más bien al ámbito de la gracia divina, su modelo es la plenitud y
perfección del amor de Dios hacia los hombres, amor inmerecido que se otorga
sin condiciones a quien incluso lo desprecia, el patetismo propio de esta
noción cristiana tiene su precisa iconografía en la crucifixión del hijo de
Dios, sangrando por su insensato amor a los hombres. Estas son las dos fuentes
que rigen las principales acepciones del amor en Occidente, la noción
ascendente de Eros, demasiado humana, estética y extática, y la noción de
Ágape, divina, perfecta, compasiva y ética”, precisa Morales.
Se
podría considerar que esta es la raíz para manipular la idea original del amor:
un deseo que busca su satisfacción y en ella imprime sus huellas existenciales,
dolorosas o placenteras. Un invento terrible, pero eficaz, como los dragones.
Amor es…
¿A qué
se debe que un reducido grupo de poder nos quiera adoctrinar de manera
particular sobre la orientación de los sentimientos básicos de nuestra especie?
Los
antecedentes podemos rastrearlos desde el Concilio de Elvira (entre 314-324),
cuando se dictan 81 cánones, todos disciplinarios, para “restaurar” los principios del
catolicismo. Entre los temas destacan los relativos al celibato del clero, la
institución de las vírgenes consagradas, referencias al uso de imágenes, a las
relaciones con paganos, judíos y herejes, reglas sobre el matrimonio, bautismo,
ayuno, excomunión, enterramiento, usura, vigilias o cumplimiento de la
obligación de asistir a misa. Todo ello apenas transcurridos pocos años del
Edicto de Milán, firmado por los emperadores romanos Constantino I y Licinio
(Occidente y Oriente, respectivamente), en el que toleran a la secta cristiana.
Poco
después, en 325, en Nicea, Constantino da estatuto de legitimidad a la Iglesia
Cristiana, y ya en el lecho de muerte acepta ser bautizado. Desde antes que
Constantino se aliara con los cristianos para fortalecer su imperio ya
decadente, la Iglesia Católica inició la imposición, por todos los medios, de
lo que ellos consideraban “moral”.
En
todos esos siglos nunca se mencionó la palabra amor para referirse a las
relaciones sexuales, sino a una sencilla satisfacción de los deseos
placenteros. No era elemento a considerar para la realización de matrimonios,
alianzas o concubinatos, puesto que el origen de éstos era estrictamente
económico, reproductivo y de acumulación de poder, ya fuera bélico, político o
eclesiástico.
La
conducta de los antiguos jerarcas no parece diferir de la de los actuales,
controladores además de los grandes medios de comunicación. Con los avances
tecnológicos de nuestra época, los grupos de poder económico, político y
eclesiásticos, continúan diciéndonos cómo debemos nacer, amar, formar familia,
sufrir, gozar y morir.
Sin
embargo, algo se les escapa de control. ¿Se debe acaso a lo que algunos llaman
“condición humana”, para hacer referencia a la rebeldía y la curiosidad?
Ni
siquiera Platón parece llegar a un acuerdo definitivo en lo tocante a las
implicaciones existenciales de “lo erótico”, por ejemplo, en el Banquete defiende la autosatisfacción
socrática, capaz de desprenderse de toda afección que pudiera desfigurar la
belleza del alma. En cambio en otro de sus diálogos (Fedro), defiende la noción
del rapto erótico que implica una serie de desfiguros patéticos para “el alma”:
desasosiego, dolor, locura.
Mala fe o subversión
Es cierto
que, en la actualidad, es raro que alguien plantee la pregunta de por qué
debemos aceptar un modelo de vida con menos de dos mil años de vigencia, contra
los más de 40 mil de constante desarrollo de las civilizaciones de la
Humanidad. Todo imperio tiene ciclos, quizá el del Cristianismo, en todas sus
modalidades, comienza a entrar en decadencia.
La
paradoja aparece cuando los grupos hegemónicos y oligárquicos, hacen suyas las
estrategias vaticanas para implantar los arquetipos, en sus medios masivos, de
lo que debe ser el amor, sus diferentes manifestaciones, y quiénes merecen
gozarlo o sufrirlo. El asunto parece nimio, pero en realidad es la base de la
educación de una sociedad, en este caso de consumo y desperdicio, lo cual sólo
favorece a un sector, el que está en la punta de la pirámide social.
Buscar
la respuesta a preguntas específicas sobre la programación y contenidos de las
televisoras, de las películas, de los programas de radio y de los espectáculos,
que se centran en las banalidades del sentimentalismo, deja expuestos los
motivos manipuladores de esos corporativos y sus alianzas político-religiosas.
Promover la subcultura del narco, por ejemplo, mediante bandas gruperas y
vestimenta a tono, mientras se desgarran las vestiduras en los noticieros por
la violencia que genera ese sector económico, resulta hipócrita.
Esto ha
llevado a lo que los especialistas llaman ahora “desintegración del tejido
social”, que en países como México tiene repercusiones profundas. Desde otra
perspectiva, dada la decadencia cultural de Occidente, esa desintegración no es
otra cosa que regresar a los orígenes: la formación de clanes, tribus,
comunidades aisladas, sectas de todo tipo, para satisfacer el instinto natural del
hombre, el de la protección de la manada, la satisfacción de sus deseos básicos
y la del rechazo a lo diferente. Subvertir el orden impuesto es la reacción.
El
amor, el alma y el espíritu, conceptos encapsulados en el corazón, son tan
insustanciales como, cielo, infierno y purgatorio, pero inciden en el centro de
las emociones.
La
manipulación de ideas indemostrables sólo es posible ante la ignorancia de los muchos
y el conocimiento de pocos. Por ello no debe extrañar que los grupos del poder
impidan una educación integral, frenen la buena lectura e impulsen aquella sólo
para identificar marcas de productos, además de evitar la educación emocional,
la cual da elementos para enfrentar agresiones de este tipo.
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