Ensayo de Óscar Sumuano/ Primera parte
Tapachula es una muestra muy
elocuente de lo que acontece en muchos lugares de México y Latinoamérica. La
simbiosis entre la ignorancia como
política de Estado y la promoción del analfabetismo
funcional, es una fórmula aplicada por los grandes poderes fácticos y
grupos oligárquicos perversos que se mueven en este mundo “globalizado”.
Algo que llama la atención
al visitante común, tanto nacional como extranjero, es el desaliño de una
ciudad que, aparentemente, tiene buenos recursos. La imagen en conjunto de la
ciudad y sus colonias, esparcidas por todo el municipio, es terriblemente
desoladora. Caminos descuidados, calles maltrechas, basura por todas partes y
un grave desorden urbano que genera “contaminación auditiva y visual”, que se
expresa en un síndrome “valemadrista” del ciudadano.
De acuerdo con el modelo que
escojamos para el análisis de ese síndrome, el resultado siempre sería el
mismo: terrible.
En esta ocasión escojo el
modelo social y trazo el primer eje: alcoholismo-drogas y fanatismo de amplio
rango, desde religioso hasta deportivo.
De manera oficial no se
puede obtener una estadística de cuántas cantinas, desde el tendajón hasta las
más sofisticadas, hay en el municipio de Tapachula. Incluso en la ciudad se
especula que hay alrededor de tres mil establecimientos, pero en concreto se
ignora un número específico.
Es evidente, como señala el
articulista de El Orbe, Gonzalo Egremy: “Las (malas) consecuencias sociales de
miles de cantinas en Tapachula y la región, en donde no solo expenden y
consumen bebidas alcohólicas, es demasiado grave. Atrás de la existencia
(ilícita) de los millares de negocios de “giro rojo”, prevalece una serie de
eslabones de una larga cadena de corrupción. En la misma participan “servidores
públicos” de varias dependencias de los tres niveles de gobierno…”
Por su parte, el reportero Gerardo
Flores, del Diario del Sur, advierte desde el 2010 “los llamados centros botaneros
se expanden como plaga”. Además, agrega: “A diario se sabe de la apertura de
nuevas cantinas y centros botaneros en la ciudad; los ciudadanos tapachultecos
se quejan de la exagerada presencia de estos lugares que representan centros de
perdición para jóvenes y adultos, ante lo cual el departamento de Alcoholes del
Ayuntamiento, niega la expedición de nuevos permisos para lugares con este tipo
de giro”.
En ninguno de ambos casos
los periodistas se atreven a mencionar alguna cantidad específica, por la
precaución de caer en una imprecisión. Sin embargo, el fenómeno está
registrado.
¿A qué se debe este fenómeno
social?
Una explicación puede
buscarse en la estructura económica de la región. Desde hace menos de una
década, Tapachula comenzó a registrar algunos destellos de actividad
industrial. Alguna empresa en Puerto Chiapas, por allá una planta procesadora
de agroproductos. Antes que eso, la desolación en ese rubro. No hay, como en la
frontera norte, algún complejo de maquiladoras y factorías pequeñas y medianas
que sea una opción real. Por consecuencia no hay un estrato “proletario”
propiamente dicho, de obreros y obreras con diferentes grados de
especialización.
Apenas en meses recientes, algunas
instituciones de educación superior están dando impulso a las llamadas
“incubadora de empresas”, a través de grupos de “vinculación” que no siempre
funcionan apropiadamente.
En el sector de servicios
turísticos se carece de una estructura y políticas de largo plazo. Los posibles
sitios de interés para el turismo nacional e internacional se encuentran
abandonados, debido a la falta de coordinación entre empresarios y autoridades
federales y estatales.
Apenas en este nuevo
sexenio, el Grupo Salinas TV-Azteca, se interesó en el tema y ya colocó como
avanzada en el Congreso de la Unión, a uno más de sus elementos, el senador
electo Luis Armando Melgar Bravo. Grupo Salinas ya tiene presencia empresarial
en la entidad mediante sus tiendas Elektra, Banco Azteca, El estadio de futbol
Luis Manuel Reyna, el equipo Jaguares de Chiapas, la Arena Metropolitana, entre
otras modalidades operativas.
Luego entonces, la
burocracia, el comercio formal y el informal, son las actividades que otorgan
dinamismo a una frágil economía popular.
Ello explica el desaliento
de grandes sectores de la población, tanto juvenil como de adultos, al no
hallar un horizonte amplio para crecer como persona, ni profesional ni
laboralmente. De pronto, el alcohol se convierte en un elemento que puede
amodorrar o pasmar esa sensación de frustración.
La gran explosión
demográfica que ha significado para la región la inmigración centroamericana,
ha derivado en la creación de una estructura económica precarista.
La facilidad institucional
que encuentra alguien que quiera poner un negocio con venta de alcohol son
amplias, y las principales promotoras son la empresas licoreras y cerveceras.
Ello en sí no es censurable, pues es una actividad comercial lícita. Lo malo
estriba en la anarquía que prevalece en los criterios operativos.
Hace algunos meses (22 de
marzo, 2011), de acuerdo con la Agencia Poderes, en una nota fechada en
Tapachula, señala que “autoridades de la Secretaría de Salud, y de la
Secretaría de Seguridad Pública y Protección Ciudadana, clausuraron este fin de
semana bares cantinas y table dance en los municipios de Tapachula y San
Cristóbal de las Casas, locales donde se ofrecen los servicios de prostitutas,
a menudo originarias de Centroamérica”.
Continúa: “En los últimos
días el gobierno del estado a través de instancias correspondientes ha detenido
a más de 51 personas para que declaren ante un ministerio público por las
presuntas responsabilidades en los delitos de lenocinio y trata, dijo un
funcionario que pidió no ser mencionado.
“Los establecimientos que
fueron clausurados en las últimas 48 horas por personal de operaciones
sanitarias, la Secretaria de Seguridad Pública, y la Policía Ministerial
Especializada en Tapachula son: El Zepelín, El Hoyazo, Las Morenitas, El
Jacalito, El Jamaylu y El Marinero, en tanto que en San Cristóbal de las Casas,
se catearon los burdeles, El Aguaje, El Aventurero, y El Brindis de la Texana”.
En el último tercio de este 2012,
la situación es la misma, quizá tengan otra razón social o dirección diferente
algunos de esos lugares, otros se habrán consolidado. Ahora, ¿remedió algo esa
acción? Nada, sólo agravó la extorsión a los propietarios de esos negocios.
María Peters, corresponsal del
diario hondureño El Heraldo publicó, en este septiembre de 2012, un amplio
reportaje en cinco partes que intitula El
camino a la nueva esclavitud de las inmigrantes hondureñas, en el que
apunta:
“El río Suchiate es la
puerta clave que atraviesan decenas de hondureñas que caen en las garras de la
explotación sexual y laboral en México. Decenas de hondureñas han encontrado en
Tapachula, Chiapas, su cárcel. Ellas son prácticamente esclavas sexuales, pues
no pueden escapar de la explotación que sufren. Centros nocturnos como éste (foto
de un lupanar de mala muerte) permanecen en constante vigilancia de las
autoridades mexicanas. En este trayecto hay huellas de esperanza, ilusión y
deseo de progreso. Sin embargo, muchas de esas historias se quedan en el
camino. Tapachula es un fiel testigo.
“Una gran cantidad de estos
ilusionados migrantes son mujeres que se quedan en los municipios fronterizos a
trabajar en los bares, cantinas y centros nocturnos. Es un punto que carece de
vigilancia policiaca, abierto a todo tipo de ilegalidad, por donde ingresan
para ambos países diversos productos comestibles y de abarrotes de contrabando,
drogas, armas e inmigrantes”.
De acuerdo con Peters, el Instituto
Nacional de Migración (INM) regresó a sus países de origen a un total de 49,140
“sin papeles”, siendo 16,301 de Honduras, 25,013 de Guatemala, 7,236 de El
Salvador y 590 de Nicaragua.
En su resumen estadístico,
el Instituto Nacional de Migración reporta que en los primeros siete meses del
año se han repatriado 15,505 migrantes hondureños; siendo el mes de marzo el
que vio mayor número de deportados, con dos 2,854 personas, 1,612 caballeros y
242 damas.
El tema ha sido ampliamente
cubierto por la prensa de todo tipo y sólo ha servido para que los medios de
comunicación masivos, como la televisión, se premien a sí mismos por sus
“grandes” reportajes. Pero hasta la fecha no se avizora solución alguna, pues
nadie de los poderes, tanto de facto como gubernamentales, desea modificar la
estructura económica de la región, puesto que implica desterrar la corrupción e
impunidad. “Así todos ganamos”, diría un gobernante chiapaneco a sus allegados
en una comida de “negocios”.
La economía que se ha
generado en la región con base en el consumo de alcohol, ha consolidado
actividades subyugadas a ese eje: el tráfico de drogas, lavado de dinero,
prostitución, trata de personas, tráfico de infantes y muchas otras que
fortalecen las economías negras de Salubridad, Migración, Aduanas, Ejército,
Armada y las diversas policías de todos los niveles.
El desaliño de la ciudad de
Tapachula va acorde con el grado de corrupción e ineficiencia de los tres niveles de gobierno.
La
otra adicción
¿Cómo enfrentar este grave
deterioro social, que ha gangrenado el tejido social en países como México?
Socialmente, una opción
sería una mejor y mayor educación integral. Pero al haber ausencia de buenas
voluntades políticas del sistema hegemónico, las personas, las sociedades,
buscan intuitivamente cómo enfrentar esos peligros.
Aquí es donde aparece el
fanatismo. Hay de varias clases. En esta ocasión sólo me referiré a los
masivos: las religiones y el futbol.
El pensamiento mágico religioso
que arrastra desde la prehistoria el ser humano es un recurso que maneja de
manera muy experta la religión. Las diferentes iglesias derivadas de la Biblia,
te advierten de los graves peligros que corre el alma si no se unen a sus
huestes para garantizar un sitio en un paraíso ultraterreno.
Como dentro de sus códigos
se establece la satanización de los vicios, de las adicciones, muchos
encuentran un modo de alejarse de esas prácticas. Pero también las Iglesias
exigen sumisión, obediencia ciega, disciplina severa. Este es el terreno donde
se mueve a gusto el fanático por antonomasia. So pretexto de llevar la exigencia
al pie de la letra, llegan a extremos colindantes con actitudes antisociales y
hasta criminales.
Al igual que un fanático
religioso, el futbolero está dispuesto a sacrificarse por “su equipo”. Todo
aquel que no sea de su secta (color de camiseta) es un non grato, alguien al
que se puede ridiculizar, agredir o eliminar.
En Tapachula, al igual que
las cantinas, bares, centros botaneros y tienditas, las iglesias,
congregaciones, capillas, templos y una amplia gama de variaciones del tema
cristiano, proliferan en la ciudad y sus colonias. Gobernación tampoco tiene un
censo actualizado en este renglón.
En los parques, en los
mercados, en las calles de las colonias, abundan los “predicadores” que se
dicen autorizados por Dios para “predicar su palabra”. Y lo hacen en tono alto,
agresivo, admonitorio, ciertos de que están en lo “justo”.
Desde luego que una sociedad
que se autocalifica de laica para la sana convivencia de los diferentes credos,
se ve agredida con esas conductas.
Para los grupos de poder
real esta es una realidad que los favorece en sus intereses. Nadie se
preocupará en serio por modificar su realidad. Unos enfrascados en el alcohol,
otros preocupados por el triunfo de “su equipo” y los más, cegados por la luz
metafísica.
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