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miércoles, 20 de enero de 2010

¿Existió alguna vez Haití?


El terremoto y sus réplicas del 12 y 13 de enero dejaron al descubierto una verdad incontrovertible: Haití nunca ha existido como Estado-nación y mucho menos como república independiente, aunque algunos papeles quieran hacernos creer lo contrario. Su historia, hasta el día de hoy, así lo demuestra.
Esa pequeña porción de la isla La Española –una de las tres de las Antillas Mayores– conocida como Haití (apenas 27,750 Km2) tiene el orgullo de ser el segundo territorio de América de haber declarado su independencia (1804). Recordemos que el primero fue Estados Unidos. Desde aquella fecha todo ha sido negro para su población mayoritaria, configurada con los africanos esclavizados luego del exterminio de los aborígenes.
Sus productos de mayor exportación, pero por los que nadie le paga regalías son el vudú y los zombies, que tantas películas ha inspirado.
Sin embargo, en los hechos, la cruel verdad es que nunca ha sido independiente. Tampoco ha logrado consolidarse como Estado con instituciones sólidas y menos, desde luego, como república. Después que España y Francia se repartieron la isla mediante el Tratado de Ryswick (1697), los colonos franceses se dedicaron durante más de un siglo a explotar de modo especialmente cruel e ignominioso su botín caribeño.
Cuando después de sangrientas revueltas proclaman su independencia en 1804, gracias a la lucha encabezada por François Dominique Toussaint-Louverture y consolidada por Jean Jacques Dessalines (quien de inmediato se declaró emperador), Francia otorgó su reconocimiento hasta 22 años después (1826), no sin antes colgarle un grillete mucho más sólido que las bayonetas: el pago de una “indemnización” de 150 millones de francos-oro que apenas logró liquidar el pueblo haitiano en 1976, casi siglo y medio de sangría económica constante con el beneplácito de la Liga de las Naciones y de su sucesora, la Organización de las Naciones Unidas.
A partir de entonces la inestabilidad, los golpes militares, las revueltas y la guerra contra los españoles de la ahora denominada Santo Domingo se sucedieron hasta que en 1915 Estados Unidos se hizo cargo del enclave antillano de modo absoluto hasta 1934. Las luchas intestinas continuaron entre gobernantes mulatos y población afrodescendiente. Así llega 1957, año en que Estados Unidos, para cuidar sus intereses apoya a François Duvalier (Papa Doc) hasta su muerte en 1971, dejándole el poder a su hijo Jean-Claude Duvalier (Baby Doc) hasta 1986, quien se exilia en Francia para evitar el linchamiento popular. Obvio es decir que con él se va el tesoro nacional.
Durante la dinastía Duvalier, Haití es administrada como una enorme hacienda donde toda la población son peones a su servicio. Las alianzas con Estados Unidos, Francia, España y otros países europeos son sólo para explotar al país como destino turístico y emplazar maquiladoras con mano de obra esclavizada. También se vuelve trampolín para la consolidación del incipiente negocio del narcotráfico, y cuyos gobernantes posteriores a los Duvalier han convertido en su principal fuente de ingresos personales.
Debido al terremoto, Estados Unidos tiene la oportunidad de volver a ocupar “humanitariamente” ese territorio. Quizá sea el menor de los males y así los haitianos pueden recobrar su miseria normal. Francia, en el colmo del cinismo, ha pedido al mundo que se le condone la deuda externa y prometió que, por ahora, no seguirá deportando negritos a La Española.
Para Estados Unidos la ocupación de Haití le da dos grandes ventajas mediante la ocupación militar; la primera es seguir administrando el narcotráfico mundial luego de que en México se ha vuelto problemático; la segunda, colocarse en una posición estratégica frente a Cuba, ya que su enclave de Bahía de Cochinos, en la provincia de Guantánamo, le quedaría a un poco más de 80 kilómetros, que es lo que mide en su punto más estrecho el canal de Windward, además de dejar a Washington en una posición inmejorable frente a sus bases en Colombia y vigilar mejor a Venezuela.
¿Alguna vez ha existido Haití?

lunes, 18 de enero de 2010

Haití y la ayuda humanitaria



La reacción inmediata de gobiernos y sociedad civil ante la tragedia de Haití es encomiable desde todos los puntos de vista. Del apoyo que hemos dado los mexicanos, aún con la crisis económica a cuestas, cualquier comentario sale sobrando, los hechos son elocuentes al responder en la medida de nuestras posibilidades.
Sin embargo, no falta la nota disonante. Y no me refiero a la imposibilidad material de distribuir la ayuda en la isla caribeña, explicable desde la desaparición, literal, del aparato de gobierno y del propio Estado, no hay instituciones en pie.
Aludo a la calidad humanitaria de las grandes firmas empresariales e industriales, no sólo mexicanas sino transnacionales.
¿Cuántas toneladas de pan ha enviado Bimbo? ¿Cuántos litros de agua están enviando las empresas embotelladoras tipo Bonafont o Electropura? ¿Cuántas toneladas de cemento enviarán Cemex, Portland, Tolteca, Cimpor, Heidelberg, Holcim, Italcementi, Lafarge, Votorantim y otros gigantes del ramo? ¿Cuántos contenedores de acero están preparando ArcelorMittal, US Steel, AHMSA, entre otras poderosas siderúrgicas? ¿Cuántos barriles de petróleo, gasolina y dísel ya enviaron las grandes refinerías estadounidenses, asiáticas y europeas, cuánto gas está enviando Rusia? ¿Cuántas computadoras HP, Microsoft, Dell, Vaio, etc.? ¿Cuántos hospitales ambulatorios las clínicas Mayo y corporativos de esta índole?
¿Por ventura, los laboratorios farmacéuticos transnacionales han anunciado cuántas toneladas de medicamentos y material quirúrgico están enviado a la miserable población sobreviviente del terremoto?
¿Acaso han ofrecido descuentos en sus productos destinados a la ayuda humanitaria de 90, 80, 70, 50, 30, 10, o por lo menos de 5 por ciento?
¿Cuántas compañías fabricantes y comercialozadoras de alimentos ya se anotaron para donar algunos mendrugos de sus productos?
Nada. Como de costumbre, dejan todo en las espaldas de la solidaridad popular, que todo salga de los bolsillos de la buena voluntad de la gente de la calle mientras esas empresas continúan haciendo pingües negocios.
Esas corporaciones, apoyadas por instituciones como el Banco Mundial y el BID, son las que exigen tener el control de la globalización económica, del libre comercio, que sus leyes del mercado las autorregulen, las que claman competitividad de los pueblos expoliados.
Debemos poner nuestras barbas a remojar, o mejor, despojémoslas del control que ahora tienen.