martes, 6 de julio de 2010

Larga vida al “Gallito Inglés”


Murió Armando Jiménez Farías el miércoles 2 de julio en Tuxtla Gutiérrez, a los 92 años de edad víctima de un cáncer en la garganta y lengua. Fue coahuilense de modo involuntario pero chiapaneco por decisión propia y que por los impredecibles caminos de la vida se formó como ingeniero y arquitecto, pero su verdadera profesión fue la de escritor.
Nació en Piedras Negras, el 10 de septiembre de 1917, pero siendo muy joven su familia se trasladó a la ciudad de México, asentándose en el barrio de La Merced, donde conoció y se hizo amigo de Jacobo Zabludowsky, entre otros, con quien en su época preparatoriana experimentaron aquel Distrito Federal de las décadas de los treinta y cuarenta del siglo pasado.
En 1960, a la edad de 43 años, publicó por primera vez una recopilación de albures, dichos y rimas que encontró escritas en las paredes de los sanitarios públicos, cantinas, pulquerías y prostíbulos de aquella época. Ese pasatiempo resultó ser la famosísima Picardía mexicana, que incluso llegó a ser prologada por escritores que con el tiempo llegarían a obtener por su obra el Premio Nobel de Literatura, como lo fueron Miguel Ángel Asturias, Gabriel García Márquez, Octavio Paz y Camilo José Cela
Conocí a don Armando en 1976, cuando joven e ingenuo llegué a la Ciudad de México con el ánimo de convertirme en un gran periodista. Como ningún periódico ni revista importante me quería contratar, tuve la buena fortuna de ser aceptado, primero como corrector de estilo y después como coordinador de producción, en las nuevas y flamantes oficinas de la editorial de un maravilloso catalán, don Bartolomé Costa Amic, en la colonia Guerrero, después de haber vivido una esplendorosa época en la calle de Mesones, en lo que ahora se conoce como Centro Histórico.
El autor estaba preparando la décimo novena edición, si mal no recuerdo, de la Picardía mexicana –corregida y aumentada– y otro libro de crónicas sobre congales, cantinas, teatros y cabarets del Distrito Federal. En una de sus visitas, don Armando se puso a platicar con aquel ingenuote que hoy escribe. Díjome que había dejado de lado su trabajo de ingeniero-arquitecto, donde le iba bastante bien, porque era mucha chinga y le quitaba tiempo para hacer lo que le gustaba: escribir.
Lo paradójico, me dijo, era que había batallado mucho para que le publicaran por primera vez, pues ninguna de las llamadas editoriales “serias” quería publicar “un mamotreto tan escatológico”, hasta que se topó con don Bartolomé, quien se arriesgó a enfrentar la tenebrosa Liga de la Decencia, que dirigía la esposa del ex presidente Manuel Ávila Camacho, Soledad Orozco, la misma que ordenó ponerle calzones y tapapechos al monumento de la Diana Cazadora.
Desde el primer momento que salió a la venta Picardía mexicana, y gracias a la publicidad generada por la censura de aquel México mojigato, la obra se convirtió en un éxito rotundo. “Muchos de los editores que se habían negado a publicar mi libro se daban de topes, a varios les dio diarrea y supe de uno que fue a parar al hospital del puro coraje”, me comentó don Armando, quien para entonces ya era famoso por su firma acompañada del “gallito inglés”, que no es más que una dibujo alegórico del pene con los testículos, muy popular por aquellos años en las paredes de los retretes públicos.
Hasta antes de morir, se han vendido casi cuatro millones y medio de Picardía mexicana en 146 ediciones y reimpresiones, que si se junta con los otros 16 libros escritos, rebasa los 11 millones de ejemplares en manos de otros tantos lectores, pelándole los dientes la piratería. De acuerdo con Armando, uno de sus hijos, el autor dejó dos obras inéditas, una de las cuales será publicada de manera póstuma.
Convertido al “chiapanequismo” desde hace muchos años, radican en Tuxtla Gutiérrez varios de sus hijos, y en 2007, con motivo de su 90 aniversario de vida, el gobierno del estado impuso su nombre a una de las principales avenidas del fraccionamiento Monte Real, donde don Armando Jiménez tenía su domicilio. Yo bautizaría alguna cantina, en su honor, “El Gallito Inglés”.
Acucioso y sui géneris cronista de la ciudad de México, su deceso tuvo la fortuna de no contar con la presencia de carroñeros oportunistas e hipócritas que tuvo que padecer su colega, el querido Carlos Monsiváis. Sólo lo acompañaron sus familiares y amigos verdaderos. En paz descanse Armando Jiménez Farías, larga vida al “Gallito Inglés”.

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