La historia es pródiga en
buenos y malos ejemplos de las consecuencias del odio, el amor, el desinterés o
la culpa que experimenta el ser humano. En Mazatán hay un caso digno de
destacar sobre lo que provoca el sentimiento de culpa, devenido en amor. Es la
vida de Abilio Villarreal Morga y su familia.
Lugar común es nombrar a ese
municipio como “la capital mundial” de las iguanas y garrobos, pero desde luego
éste es un reduccionismo un tanto falaz, ya que las iguanas proliferan en toda
la región de Soconusco y más al norte, hasta llegar a Nayarit y Sonora. Por
otra parte, este reptil, primo hermano de los dinosaurios, hasta hace poco se
encontraba en vías de extinción en nuestros lares.
Pero en Mazatán también
proliferan otras especies de animales que hacen destacar a este municipio de
sus vecinos costeños, como es el venado cola blanca y el armadillo.
Cuenta Abilio Villarreal que
desde niño y toda su juventud fue “un depredador de la fauna silvestre en todos
estos montes y esteros”, remarcando con un amplio movimiento de su largo brazo
hacia el horizonte, rumbo a la barra del Coatán. Moreno, alto para el común
denominador en la región, de rostro amable pero enérgico, Abilio “presumía de
ser un buen cazador, lo mismo con trampa que con garcera o rifle, muy rara vez
se me fue un venado, una iguana, un garrobo o un armadillo”.
“En aquellos años fui una
terrible amenaza para los pobres animalitos de la región, contribuí
intensamente a poner en riesgo de extinción estas especies, hoy protegidas sólo
en el papel”, expresa con cierta amargura desde la cima de sus 54 años de edad.
Por ello, “desde hace 25
años decidí, apoyado por mi familia, fundar esta reserva, en esta parte de
nuestro rancho, para que sirva de nicho ecológico y con desarrollo sustentable,
a fin de proteger estas especies a las que tanto daño hice en mi juvenil
inconsciencia al creer que la cacería era un deporte”.
La
visita
La invitación la llevó Saúl
Cruz Marroquín a los colegas de la Asociación de Prensa, Radio y Televisión de
la Costa de Chiapas (Aprytcch). “Mi primo Abilio quiere que conozcan su
zoológico”, dijo en son de broma, “pongan fecha y hora”. Un jueves de abril, a
media mañana, un reducido grupo partimos de Tapachula a Mazatán por la
carretera Costera. Todo iba bien de no ser por el tenebroso, a la vez de
patético, espectáculo de los famosos retenes del ejército a la altura de Viva
México.
La mala vibra de no saber si
son regulares o irregulares esos retenes provoca un profundo malestar en los
ciudadanos que no alcanza a vestirse de palabras. La reflexión interna de
muchos es “como si esto sirviera para controlar a la delincuencia, organizada o
no”. En fin, luego de 30 minutos de rodar por el asfalto pasamos a un lado de
la colonia Álvaro Obregón y seguimos de frente rumbo a Marte R. Gómez, al que
también pasamos por el costado y justo delante del “aeropuerto” (una pista de
avionetas fumigadoras de los extensos platanares), se yergue un letrero con la
leyenda Unidad de Manejo y Aprovechamiento de la Vida Silvestre El Iguanero,
más conocido como UMA Iguanero.
Una vereda lo
suficientemente ancha para vehículos, acotada con piedras encaladas y algunas
palmeras, conduce a los visitantes a una enorme palapa con techo de manaca, en
donde se ven dispuestas mesas con blanquísimos manteles. Luego de las
presentaciones, Abilio da la bienvenida y antes de hacer el recorrido, invita
“un bocadillo” a los hambrientos visitantes.
Desde el comal llega el
exquisito aroma de las tortillas hechas a mano. Colaboradores del anfitrión
colocan en las mesas grandes jarras de agua de papaya, crema y queso frescos
con tortillas. Luego de esa “entrada”, Abilio pregunta con naturalidad:
“Gallina de rancho en caldo o iguana al pipián”.
La mayoría pide la iguana en
mole verde, unos porque nunca la han comido, otros porque es uno de sus
platillos favoritos, y alguno más, como el que esto escribe, para recordar su
primera niñez, cuando en el mercado Sebastián Escobar se podían comprar los
tamales de iguana con hueva o bien la abuela la cocinaba precisamente así, al
pipián. Todos pedimos segunda ración, quizá por deformación del oficio, porque
el reportero de a pie casi siempre anda con hambre.
Después del atracón, Abilio
Villarreal Morga nos lleva a conocer la reserva. “Sólo son 20 hectáreas”,
explica mientras vamos brincando de un lado a otro para no pisar los cientos de
crías de iguana verde que escapan de las galeras que les sirven de dormitorios.
Algunos paran a tomar fotos a un arbolito que en lugar de guayabas, es un
decir, cuelgan innumerables iguanitas que atisban con insistencia a los
intrusos.
La reserva está cultivada
con infinidad de árboles de mango ataulfo, lo cual la convierte en una verruga
en medio de los inmensos sembradíos de plátano.
Mientras caminamos hacia el
incubadero, un lote de unos 25 por 50 metros, el también director técnico de la
UMA informa que “el año pasado produjimos unas tres mil 500 iguanas y para éste
creemos que podemos duplicar la cifra”. Hileras de rectángulos de arena de unos
30 por 30 centímetros son las incubadoras donde docenas de huevos de iguana
esperan el momento de reventar para pasar a la etapa de cuidados intensivos, a fin
de que aves y otros animalillos silvestres no devoren a las nuevas crías. Cada
rectángulo cuenta con una estela de madera con la ficha técnica
correspondiente.
Luego de saludar a las
iguanas sementales, nuestro anfitrión nos lleva a otro sector de la reserva,
sombreado por el “mangal”, donde deambula un hato de venados cola blanca. Estos
hermosos animales prácticamente ya habían desaparecido de Mazatán y son a los que
precisamente debe su nombre: “lugar donde abundan los venados”.
“Sí, fue difícil conseguir
el pie de cría”, reconoce Abilio, “pero por fortuna ya comenzaron a
reproducirse con éxito”.
En otro sector del rancho,
hay galeras especiales para gallinas, chompipes, pavorreales, chachalacas,
tortugas y casquitos. Reconoce que el trabajo es intenso, pero muy
satisfactorio.
“Con esto ponemos nuestro
granito de arena para hacer un México con futuro”, dice orgulloso el director
de la UMA Iguanero.
Las
vicisitudes
Para quienes deciden
realizar proyectos como éste, el principal obstáculo con el que se encuentran
es la burocracia del gobierno federal, concretamente la Secretaría del Medio
Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat). A Villarreal Morga le ha llevado 15
años de papeleos y viacrucis de ventanilla en ventanilla para que esa instancia
le otorgue el certificado de UMA, lo que apenas logró hace dos.
Además, Semarnat hace hasta
lo imposible para que los proyectos fracasen desde el ángulo económico. No
cuenta con programas ni orientación de buen nivel para que estas reservas se
conviertan en sustentables e impide que los excedentes se comercialicen.
Otro obstáculo son las
grandes empresas dedicadas a la comercialización de esta fauna. Dada la
ausencia de una reglamentación adecuada, aunado al exceso de burocracia, hay
empresas que quieren comprar grandes lotes a precios irrisorios. “Por ejemplo,
quieren pagar a 30 pesos una iguana cuando ellos la venden en 500 o más pesos”,
señala Abilio. Esto lleva a una descapitalización con el beneplácito de las
autoridades.
A pesar que la Secretaría de
Economía, tanto estatal como federal, tiene a veces programas de ayuda para
estas empresas, el principal escollo es que nadie los conoce, a excepción del
encargado de la ventanilla. Al permanecer fuera del dominio público, esos
recursos quedan como subejercicios o bien se canalizan a fideicomisos de
dudosos manejos.
La
misión
Abilio Villarreal Morga está
convencido de que El Iguanero debe ser un centro educativo para la niñez y
juventud no sólo de la Costa sino de todo Chiapas.
“Este lugar puede servir
para que nuestros niños y jóvenes conozcan y se comprometan con su entorno,
sólo así podremos garantizar un buen futuro a las nuevas generaciones, de lo
contrario podrían hacerse realidad las peores visiones apocalípticas al
romperse el equilibrio ambiental y ecológico que nos da sustento”, comenta
Abilio con la mirada clavada en los árboles de mango.
La
visión
A El Iguanero ya han
comenzado a llegar excursiones de estudiantes de varias escuelas de la región.
Llegan en autobuses y hacen una visita guiada acompañados de sus profesores.
“La cuota es módica, 10
pesos por alumno, pero muy pronto esperamos ofrecer otros alicientes además del
restaurante con platillos propios. Tenemos contemplado un chapoteadero, juegos
infantiles y sala de video con internet para que conozcan y comparen este sitio
con otros más del país y del extranjero. Creo que así valorarán nuestros
jóvenes el tesoro que aquí tenemos”, puntualiza el hombre que comenzó a
construir este paraíso para curarse un sentimiento de culpa por haber sido un
depredador ambiental.
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