Uno
de los grandes dilemas del ser humano, en cualquier época y en
cualquier parte, es saber reconocerse frente a los demás, tener certeza
de su identidad y actuar en consecuencia. La historia nos da cuenta de
este conflicto ontológico, que lo mismo ha generado sangrientas e
inacabables guerras o bien grandes avances para la especie.
No
saber quiénes somos, de dónde venimos o adónde vamos puede mantener a
un individuo, a un grupo o a una nación, en una crisis permanente de
identidad, volviéndolo materia fácil para la conquista y el
avasallamiento. México, en estos tiempos de auge neoliberal y
pragmatismo rampante, es ejemplo elocuente de esta crisis.
Tiempo
ha, que se ha discutido la característica de “ser mexicano”, pues queda
claro que en el espacio geográfico que llamamos México, coexisten e
interactúan múltiples naciones, tanto autóctonas como de inmigrantes,
amalgamándose en algunos casos y manteniéndose sin mezcla en otros.
Los
intentos de Samuel Ramos, Octavio Paz, Roger Bartra e incluso de Carlos
Monsiváis de explicarse y explicarnos “lo mexicano” han sido proyectos
inacabados por culpa de los malos programas económicos, sociales y
políticos que ha impuesto al país un pequeño grupo oligárquico de Manuel
Ávila Camacho a la fecha, con el interés perverso de que los mexicanos
no seamos una sociedad homogénea, sino dividida por intereses diversos,
no obstante sus propios rasgos de grupo o comunidad, para encontrar el
bien común y la convivencia solidaria.
Un
caso intensamente patético, quizá por estar inmersos en él, es el de
Tapachula, microcosmos que ejemplifica lo que nos ocurre a escala
nacional. Esta región, a diferencia de algunas aledañas, carece de
identidad, de elementos que la singularicen para proyectarla de modo
universal.
Este
fenómeno se agudiza por la conformación cosmopolita de la sociedad que
la integra. Lo mismo hay etnias centroamericanas que europeas, o bien,
comunidades completas de asiáticos como de casi todas las regiones del
país. No obstante, perviven los prejuicios económico, de raza y
de credo, a pesar del mestizaje y criollismo.
Tapachula
no cuenta con una imagen propia en su diseño urbanístico ni
arquitectónico; no tiene una tradición particular en lo cultural, ni
siquiera una gastronomía propia. Su desarticulación social es tan
profunda que pareciera que no existen músicos, escritores, artistas
plásticos, incluso científicos; en fin, de todo lo que constituye la
gama del quehacer humano.
Para ello echamos estas Raíces, para ayudarnos a construir una identidad que nos dé fortaleza y altura de miras.
Los editores
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