martes, 9 de febrero de 2010

La sopa de piedras



Cuentos para Demián por su 9º. cumpleaños

Un anciano, disfrazado de pordiosero dedicó la última parte de su vida a recorrer los caminos de su país para conocer la esencia del ser humano. Cierto día lllegó a un próspero pueblo en las faldas de una montaña con hermosos y exubentes bosques.
Cansado, sediento y con mucha hambre por caminar durante todo el día, el viejo se acercó a la primera casa encontrada a su paso. Tocó a la puerta y dijo: “Hola, buena gente, que la prosperidad y la buena voluntad reinen en este hogar.”
–¿Quién eres y qué deseas? –le preguntaron desde dentro. El sabio respondió: "soy un peregrino y sólo deseo un poco de agua y algo de comer".
–¡Largo, aquí no regalamos nada ni mantenemos zánganos! ¡Ponte a trabajar y gánate el pan que quieres comer! –le dijeron.
El caminante se dispuso a retirarse, pero antes exclamó en voz alta:
–¡Lástima, ustedes se lo pierden. A cambio, yo les iba a enseñar a preparar la famosa y deliciosa sopa de piedras, platillo sólo digno de reyes!”
Al oír esto, la familia de esa casa reaccionó y el padre le dijo a la madre: “¡Escucharon! Si nos aprovechamos del viejo podemos hacer negocios con esa receta”. La madre estuvo de acuerdo, mientras los dos hijos exclamaron a coro: “¡Y nosotros podremos comer como reyes!” De inmediato corrieron y abrieron la puerta.
–¡Espere buen hombre, sólo estábamos bromeando, pase usted!
Lo invitaron a sentarse a la mesa y le servieron un vaso de vino, los ambiciosos anfitriones le pidieron la receta, de la que nunca antes habían oído hablar. El anciano empezó a dictar las instrucciones.
–Para empezar –dijo el caminante–, pongan una olla grande con agua y muchas verduras a cocer en la estufa.
Después, mandó al par de chamacos al arroyo para que seleccionaran las piedras más limpias y cuyo tamaño fuera menor al de una cebolla.
–Recojan la mayor cantidad que puedan y las traen –pidió.
A la señora le dijo que sazonara el caldo con especias y matara una gallina gorda y la agregara en la olla en pequeños trozos para que no compitieran en tamaño con las piedras.
Mientras todo eso hervía, al señor de la casa le indicó volver a llenar el vaso con vino y, mientras tanto, que preparara las lijas para pulir las piedras. Una vez que los muchachos regresaron con su cargamento, el anciano dijo a los cuatro que se sentaran a lijarlas y él les indicaría el punto exacto requerido para agregarlas al puchero cuando éste hirviera.
Mientras la familia se dedicaba a pulir las piedras con ahínco, el peregrino dijo que "probaría" la sopa para avisarles si ya estaba a punto. De esta manera, se sirvió uno, dos, tres platones con las sabrosas verduras y las mejores piezas de la gallina y comió con rapidez.
Los dos hijos y sus padres, cansados de tanto pulir y ya con ganas de comer al ver al viejo saborear el puchero, preguntaron si ya estaban listas las piedras. El anciano, se acercó y las revisó una por una y, tras darles su visto bueno, les dijo que ya las podían echar a la olla y esperaran treinta minutos.
Después de felicitarla por su gran inteligencia y sentido para los negocios, el caminante se despidió de la familia y partió hacia la montaña.

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