martes, 2 de febrero de 2010

Aquella casta Zona Roja



Va de cuento


La visita más reciente que hice a Tapachula tiene ya casi tres años y sólo fue por unas cuantas horas. El grupo de escritores, periodistas y artistas lo capitaneaba nuestro querido “neuras” Marco Aurelio Carballo (MAC). El motivo era la presentación del libro-semblanza del desaparecido novelista Rafael Ramírez Heredia (a) El rayo Macoy. Teníamos que dormirnos temprano porque al otro día partíamos a Tuxtla Gutiérrez.
Aquella noche, luego de una visita relámpago a mi familia, me llené de nostalgia, salí a la calle, paré un taxi conducido por un joven flaco y bojudo a quien, con tono perentorio le dije: “¡A la zonaja!?” El hijuesu volteóme a mirar como quien ve una chichihueta.
–¿Perdón, a dónde dijo? –me preguntó arqueando la ceja a lo Pedro Armendáriz.
–A la Zona Roja –respondí un poco molesto por su gesto, pues estaba presto para conbeber con las señoritas putas (como dice el MAC).
–¿De dónde viene? Porque no es de aquí, ¿verdá?
–Sí, soy huacalero –respondí ufano–, pero tiene un buen tiempo que radico en el DF.
–Pues más bien será mucho tiempo, porque hace años, mucho antes de que yo naciera, que ya no hay una Zona Roja, como la llama usted, señor –explicome el bojudo de marras–. Pero si lo que quiere son unas nenas, lo puedo llevar a algunos antros que tienen unas salvadoreñas y panameñas de rechupete.
Reflexioné un poco. Vinieron en tropel a mi cabeza las innumerables notas que leo en internet y publica el Diario del Sur en su página web relativas a la inseguridad que campea en la frontera sur. Volví a echarle una mirada al chafirete y mi octavo sentido me previno y la desconfianza embargó mi alma.
–No, mejor llévame al centro, a Los Comales –respondí saboreando de antemano un tascalate bien frío.
En el trayecto los recuerdos me abrumaron. La colonia 16 de Septiembre se hizo famosa por su encantadora, segura y honesta Zona Roja, con sus bules para todos los bolsillos. Los pobretones y tempraneros asistíamos al acreditadísimo Salón Acapulco; para los vespertinos el Guadalajara de Noche y el Tenampa. Había otros de medio pelo que sólo funcionaban de noche.
Pero los dos congales que se disputaban la clientela VIP, eran La Burbuja, con su exclusivo edificio que parecía castillo de Drácula, y La Pepsi, de la estimadísima y fina dama doña Concha Mora, que casi todas las semanas tenía hostes de importación, todas muy bellas.
Corrían los años de los 60 y 70 cuando me hice visitante frecuente de la Zona Roja. Había muy buen ambiente y todo era sanísimo. El Centro de Salud ejercía un control sanitario verdaderamente estricto y las enfermedades eran muy raras. Logré tener buenas amistades con varias señoritas en esos castos lugares de esparcimiento. No olvido a Celia Rojas, una jarocha flaca pero enjundiosa, que a mis 14 años de edad logró encender mis más tropicales fantasías. Años después supe que había muerto en un accidente automovilístico. Ojalá el Señor la haya recogido… en su santo seno.
Sentado en los portales (por cierto ya nadie se acuerda que se llamaban Los Portales Pérez) y saboreando mi tascalate bien frío, comento el incidente del taxista bojudo con uno de los asiduos parroquianos a Los Comales (cuyo nombre me reservo).
“Hiciste bien”, me dice, “ahora no hay que confiar en nadie en esta ciudad. Además, para qué arriesgarse a ir a los muchos congales diseminados por toda la ciudad, si aquí, en pleno parque central Miguel Hidalgo o en los restaurantes y bares del primer cuadro llegan las señoritas, muy bien arregladas, a ofrecerte sus servicios. "Mira, esas chicas que parecen estudiantes, las que van rumbo al viejo palacio municipal, son buenas conocidas mías. Si quieres las llamo.”
Terminé mi tascalate. Contemplé con nostalgia aquel parque Hidalgo. Era casi media noche.
–Mejor me voy adormir, mañana tengo que viajar –le dije a mi viejo conocido y pensé: “¿Adónde quedó aquella casta Zona Roja donde crecí?”

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