jueves, 4 de marzo de 2010

Cultura y dinero en el contexto del centenario de la Revolución


In memorian de Enoch Cancino Casahonda
Ya comenzaron a sentirse en Chiapas los efectos del duro golpe que, mediante el presupuesto federal de egresos 2010, le ha dado al fomento cultural el gobierno de Felipe Calderón con el aval perverso del Congreso de la Unión. Un poco más de la cuarta parte de lo que se ejerció el año pasado, para ser exactos, 25.2 por ciento, lo que equivale a un recorte de tres mil 340 millones de pesos.
Por lo pronto, ya le metieron tijera a los fondos que eran destinados a los talleres de creación literaria que imparte el escritor soconusquense Marco Aurelio Carballo, entre otros rubros culturales que tantos beneficios han traído a la sociedad.
Espero que el suplemento Raíces, que se edita gracias a la generosidad de Diario del Sur y del esfuerzo titánico de Gustavo Gonzalí, no se vea afectado, sobre todo porque quienes colaboramos en él lo hacemos sólo por dos razones: por el amor y enorme respeto que le tenemos a nuestra tierra natal y la solidaridad con el amigo entrañable.
Siempre ha sido lamentable en México que todo lo relacionado con el fomento y difusión de la cultura dependa del capricho de los gobiernos, en cualquiera de sus tres niveles.
El legado que dejó el movimiento armado, conocido como “la Revolución”, era que el Estado debía impulsar la consolidación del espíritu nacional mediante la educación y el arte institucionales. Esa fue la matriz de todos los organismos dedicados a promover la cultura. Esta concepción excluyó a “las fuerzas vivas” de todas las regiones del país, debido a su esencia reaccionaria y conservadora y que siempre se mantuvo contraria a las ideas emancipadoras del movimiento armado.
Con el tiempo, esas “fuerzas vivas” se llamaron iniciativa privada, empresarios, industriales, inversionistas, aprovechándose de lo que producían las instituciones del Estado, no sólo en infraestructura, sino del trabajo de los artistas –en todas sus manifestaciones– y el de los intelectuales, para darle cierta categoría a su imagen pública. Así nacieron las fundaciones y fideicomisos de los dizque filántropos y mecenas del arte contemporáneos; desde luego, con sus correspondientes deducciones fiscales.
Pero la debacle acaeció a raíz del movimiento social de 1968. Los hombres del poder político y económico se percataron que las instituciones del Estado no podían darse el lujo de seguir formando ciudadanos pensantes, bien preparados, con criterio propio. Fue así como Luis Echeverría inició las ahora famosas reformas educativas, cuyas consecuencias estamos viviendo. Con Miguel de la Madrid comenzó el desmantelamiento del Estado mexicano y se consolidó con el arribo de los neoliberales. Carlos Salinas y Ernesto Zedillo se encargaron de despojar a la nación de las mil 200 empresas paraestatales que permitían un desarrollo social un poco más equilibrado.
Tanto la deplorable administración de Vicente Fox y la actual de Felipe Calderón (obsérvese que no hago alusión a colores partidistas), han hecho suya la amonestación que Milton Friedman hizo a los oligarcas estadounidenses cuando, desde su punto de vista, se estaban distrayendo de su misión en la vida: hacer dinero; lo demás, crear empleos, mejorar el ambiente o cualquier otro objetivo le parecían "puro socialismo" (The social responsibility of business is to increase its profits, The New York Times Magazine). Por fortuna, en Estados Unidos no todos le hicieron caso y nació el concepto de empresa socialmente responsable, que se ha ido abriendo paso a contracorriente.
Pero como ocurre generalmente en México, aquí somos más papistas que el Papa. Nuestros políticos y grandes empresarios obedecen ciegamente las instrucciones que vienen de Washington, aunque allá sean los primeros en violar sus propias reglas, como ocurre con el Tratado de Libre Comercio de Norteamérica.
¿A qué viene todo esto en nuestro minúsculo ambiente soconusquense? Pues que ante los recortes, casi hasta la extinción, de los presupuestos oficiales para las actividades culturales en nuestra zona, debe ser la propia comunidad la que saque la cara con cierta hidalguía, con algún cariño hacia la tierra y gente que todo les ha dado.
Han desaparecido manifestaciones populares como el carnaval, la feria exposición se ha convertido en un enorme tianguis de muy mal gusto. (La última que tuvo algo propositivo fue la que estuvo a cargo de Roberto de los Santos Cruz, gracias a que en el terreno cultural contó con el apoyo de su hermano Juan Pablo, un artista y promotor cultural excepcional.) No hay una alternativa para los cinéfilos, la música agoniza entre bandas narcopatrocinadas y reguetones disonantes, del teatro ni hablar, artes plásticas brillan por su ausencia, y así al infinito.
Es hora de que levanten la mano las universidades privadas y oficiales, las agrupaciones de empresarios, de ganaderos, de agricultores, comercios, asociaciones civiles, en fin, todos quienes deberían tener un compromiso con Tapachula a fin de impulsar su crecimiento cultural si no queremos vernos el día de mañana en un espejo como el de Ciudad Juárez, Chihuahua. Podrían empezar con el apoyo a estas Raíces.

Ciudad de México
Marzo 2010

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