martes, 2 de marzo de 2010

Una Lluvia que resultó Aguacero


La sinfonola vomitaba al máximo la rola del momento. La voz -de escasos registros tonales, propia para quienes tienen oídos de artillero-, hacía añorar a los artistas que originalmente pusieron de moda Cuando calienta el Sol, los cubanísimos Hermanos Rigual. Entre tanto, Luis Miguel la destrozaba inmisericordemente.
En efecto, el Sol ardía a esa hora en las calles huacaleras. Corrían los años 80 del siglo pasado y, por fortuna, ayer como hoy, Tapachula siempre ha contado con osasis de espumosa cebada por casi todos los rumbos. Por mi parte, me acababa de refugiar en El Don, barcito ubicado en la Novena Avenida Sur. El local se encontraba hasta la madre. “Sin duda hay buena botana”, pensé.
Los mugidos de Luismi se combinaban con las animadas charlas de los bolos que ya ocupaban todas las mesas. Me acerqué a la barra y, sin abrir la boca, pedí mi correspondiente “helodia”. El cantinero, con la destreza que dan los años, deslizó la Coronita hasta mis manos al mismo tiempo que colocaba los limones junto al consomé de camarones.
Para mi alivio, en ese momento terminó el asesinato de “cuando calienta el Sol aquí en la playa…” y comenzaba a sonar otro éxito del momento, Maracas, en voz de verdaderos cantantes: Alberto Vázquez y Joan Sebastian.
Ya con el gañote humedecido y saboreando mi consomé puede observar con calma a los parroquianos en las mesas. La mayoría hombres de campo, agricultores y ganaderos, algunos empleados de instituciones como la ahora empresa de prestigio mundial, la CFE, del siempre eficiente Seguro Social e incluso funcionarios del Ayuntamiento. Algo evidente en todos, el denominador común, dirán los elegantes, era su masculinidad, todos “bragaos”, machos, pues. Algunos, incluso, estaban acompañados de bellas damas.
Las mesas eran atendidas por tres diligentes meseras, pero una era la más solicitada. De cabello dorado, güerita, de líneas firmes, de risa fácil, atraía como imán las miradas y piropos de los hombres cabales. Casi todos desean ser atendidos por ella. Las otras dos, morenas, sólo sonreían cuando algún atrevido se animaba a besarla en la mejilla e invitarla a su mesa.
Curioso que soy, le pregunté al cantinero sobre ese “atractivo visual”.
-Se llama Lluvia y dice que es de Suchiate –contestó.
-¿Lluvia? Pues más parece salvadoreña -respondí.
-Quién sabe, pero desde que llegó, hace como un mes, el bar se llena y algunos briagos hasta se han peleado por ella –dijo el cantinero.
-Es la ventaja de ser ciudad fronteriza. Ahora Tapachula cuenta con muchas centroamericanas muy guapas. Hay de donde escoger.
-Sí, para todos los gustos –respondió con cierta malicia el empleado.
Luego de llenar el reglamentario cartón de cuartitos de Coronita y saborear tacos, ubre y tripa bien dorada abandoné El Don cuando caía la tarde.
Reflexioné sobre el asedio de los parroquianos hacia Lluvia. “Será por el nombre; es muy poético”, pensé.
Pasaron las semanas y, como se sabe, en los pueblos los secretos no tienen donde esconderse. En esta ocasión me encontraba en otro manantial, esta vez era La mesa redonda, de mi buen amigo Paco Solares. Me acompañaban varios colegas, a quienes les comenté la discriminación de ese lugar hacia las mujeres, pues no había meseras como en El Don y, desde luego, mencioné a la atractiva Lluvia.
-¿Te gustó Lluvia? Te la hubieras llevado a bailar –me dijo Goyo Barrientos muerto de la risa.
-No acostumbro esos “levantones” –respondí molesto.
-Lo que pasa es que no es Lluvia, sino Aguacero –me explicó Santiago “El Patachín” García.
Así fue como me enteré que Lluvia era un personaje muy famoso en el ambiente y por ser Aguacero, sus aguas también corrían cuesta arriba si fuere necesario.
Quién sabe qué pasó con ese mampito protagonista de tropicales pasiones. Pasado el tiempo, desapareció del ámbito botanero y Lluvia fue evaporada por el sólido Sol costeño. Algunos cantineros me contaron una versión de su ausencia: fue tal el amor de dos machísimos pretendientes (uno ganadero y el otro agricultor) que la violencia llegó al Texcuyuapan y abandonó el escenario para no provocar una tragedia.
Yo prefiero creer que un buen hombre, a carta cabal, como somos los tapachultecos, la rescató de ese vil ambiente, le puso su casita y vivieron muy felices.

1 comentario:

  1. Jajaja, deliciosamente ambientado tu post, maestro. En cuanto a Lluvia, me recordó aquella leyenda urbana de la canción "Gavilán o paloma" de Pérez Botija. Si la leyenda es cierta, la letra es aterradora:

    "Fui bajando lentamente tu vestido.
    Y tu no me dejaste ni hablar.
    Solamente suspirabas te necesito.
    Abrazame más fuerte, más".

    "Al mirarte me sentí desengañado.
    Sólo me dio frío tu calor.
    Lentamente te solté de entre mis brazos.
    Y dije estate quieta por favor"

    En particular esta última es escalofriante, ¡ay nanita!

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