miércoles, 10 de agosto de 2011

¡Ave, César!

Acúsome, oh, padre, que soy proclive a refocilarme en las secciones de “opinión de los lectores” de cuanto periódico o revista cae en mis manos. Esta adicción provócame perversos placeres, el más deleznable, sin duda, es mi sevicia hacia el infortunado (a) que reclama desde la estulticia con aires culteranos. Desde luego, y esa es mea culpa, pero sólo de pensamiento, no de hecho.
El amigo Gonzalí tiene el prurito de “desfacer” entuertos en temas religiosos. Allá él, pues para mí, como ya se lo he dicho en más de una ocasión, es como arar en la mar. Pero hay gente que se lo toma en serio, como el dilecto lector de esta sección llamado Julio César López Ventura.
Estoy de acuerdo con Julio César desde la entrada de la misiva que le envía al Gus, pues comparto su preocupación de “convocar a la razón” en un tema tan irracional como lo es la fe, que por definición es creer en algo a ciegas, sin que la inteligencia esté de por medio, sólo las emociones y que, desde luego, es la veta de oro que explotan las religiones, cualquiera que ésta sea.
También me preocupa que Gonzalí quiera “interferir en la decisión de la gente de pensar, creer y aceptar lo que quiera”. Hace algunos días, tuve que amarrar al Gus en una silla porque pretendía salir esa tarde, armado con un acapulco de doble filo y una AK 47 liada a la espalda, a cortar cabezas y acribillar hombres santos en templos e iglesias de varias denominaciones. Amarrado como estaba, le eché baldes de agua fría mientras le gritaba: “¡Puedes escribir lo que quieras, es tu opinión y puedes expresarla libremente, pero por favor, NO INTERFIERAS, no quieras volar cabezas!”
“Recuerda lo que dice Julio César: éste es el principio de libertad”, le grité al Gus, que quizá al recordar la frase de López Ventura, tornóse a la calma y declinó de sus bestiales instintos.
Luego, para centrarlo aún más eché mano de los “clásicos”, como recomienda López Ventura; desde luego no recurrí a Stan Lee, el filósofo extremo del siglo XX y ahora recargado en el XXI, con su tesis expuesta por Spiderman, Ironman, Captain America, Wonder Woman, Linterna Verde, X Men, et al. No, me fui a los clásicos griegos y empecé a recitarlos tipo mantra para que Gonzalí respirara profundo. Al único que no encontré fue a un tal Anaxagora, que cita Julio César, pero sí a Anaxágoras, pero ni al Gus ni a mí nos gustaron para la ocasión. Sin embargo, con el que nos deleitamos al unísono fue con Empédocles (no, no piensen mal), sino porque nos recordó al Peje, pues coincidimos, en que López Ventura, perdón, López Obrador, es la reencarnación de aquél. Veamos por qué:
“Empédocles de Agrigento fue un filósofo y político democrático griego. Cuando perdió las elecciones fue desterrado y se dedicó al saber. Postuló la teoría de las cuatro raíces, a las que Aristóteles más tarde llamó elementos, juntando el agua de Tales de Mileto, el fuego de Heráclito, el aire de Anaxímenes y la tierra de Jenófanes, las cuales se mezclan en los distintos entes sobre la Tierra.
"Estas raíces están sometidas a dos fuerzas, que pretenden explicar el movimiento (generación y corrupción) en el mundo: el Amor, que las une, y el Odio, que las separa. Estamos, por tanto, en la actualidad, en un equilibrio. Esta teoría explica el cambio y a la vez la permanencia de los seres del mundo. El hombre es también un compuesto de los cuatro elementos. La salud consiste en cierto equilibrio entre ellos.
"El conocimiento es posible porque lo semejante conoce lo semejante: por el fuego que hay en nosotros conocemos el fuego exterior, y así los demás elementos. La sede del conocimiento sería la sangre, porque en ella se mezclan de modo adecuado los cuatro elementos de la naturaleza.” (Los interesados pueden consultar la Wikipedia. De nada.)
Con eso fue suficiente, ya no tuvimos que revisar la Edad Media, ni los enciclopedistas, ni el marxismo leninismo, como recomienda el César. Concluimos que las utopías han muerto, el clientelismo político y la manipulación emocional es lo de hoy. El acapulco y el AK 47 los cambió Gonzalí por una despensa, de esas que da la Sedena.
Estamos, pues, "ambos dos", convencidos de la máxima de Julio César: “piensa y deja pensar”. Salud, ave César, los que vamos a morir te saludamos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario