domingo, 10 de enero de 2010

El gober beato


-¡Me vale madres!
El grito del borracho, amplificado por poderosas bocinas, retumbó en el elegante Centro de Convenciones para Finísimas Personas de Guadalajara. El salón estaba repleto con lo más granado de la sociedad jalisciense. Para donde quiera que se dirigiera la mirada, el arrobamiento de las personalidades era manifiesto al escuchar con éxtasis místico al orador que consideraban su alter ego: el Señor Gobernador.
-¡Esos pinches jotitos criticones que chinguen a su madre! –volvió a gritar el briago instalado en el podio, con el rostro radiante de satisfacción al comprobar que su elocuencia era recibida con el beneplácito de sus amistades y servidores que degustaban finísimos alcoholes con distinguida moderación.
En las mesas alternaban, mezclados como corresponde en toda democracia consolidada, prominentes capitanes de empresa, congresistas, recatadas y bellas damas, altos rangos castrenses y la misericordiosa jerarquía católica.
En una mesa de honor, convivían con ecuánime alegría, el generalísimo destacado en la región, el líder de la Asociación Filantrópica Empresarial, la presidenta de las Pías Damas Jalisciences y su Ilustrísima Eminencia monseñor Jorobías.
-¡Y para que les arda más el culo a esos periodistas criticones, aquí tengo otro pinche papelito por 15 millones de pesos para el Banco Benefactor de los Muertos de Hambre, que con gran tino dirige Jorobías, que desde luego me absuelves de mis pendejadas, ¿verdad, Joro?
Monseñor fue sorprendido por la inesperada alusión. En ese momento se encontraba un tanto distraído en las suculentas carnes de la pía dama sentada a su diestra. Las firmes piernas de la recatada feligrés (producto de arduas sesiones de spinning) estaban lo suficientemente entreabiertas para que la sacrosanta mano, la misma que partía y repartía el Santo Cuerpo en la misa dominical, acariciara con experta suavidad su aromático pubis e incluso, la gratificara con digitales roces en los sonrosados labios y duro clítoris. Claro, todo discretamente cubierto por los largos manteles de encaje que adornaban la mesa. También ella se sacó de onda por la alusión directa a monseñor, puesto que se encontraba a segundos de tener un arrebato místico.
-¿Verdad, Joro, que me absuelves? Pues para eso fui ungido, pinches periodistas criticones, para cumplir la voluntad de quienes me eligieron. ¿No es cierto, Joro?
Su Santidad, recompuso la figura en la mesa, sonrió benevolente, levantó la mano derecha, aún húmeda, y haciendo la señal de la cruz, lo absolvió a distancia.

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